El 1 de febrero de 2018, en Barcelona, tuvo lugar el acto de entrega del XXVI Premio edebé de literatura infantil y juvenil. La escritora madrileña Beatriz Osés, con la novela Soy una nuez, fue la ganadora en la modalidad infantil, y el escritor zaragozano, David Lozano, con Desconocidos, fue el ganador en la modalidad juvenil. El Director General del Grupo edebé, Antonio Garrido, y el Presidente de la Junta de Gobierno, Ramon Vila, hicieron entrega de los galardones dotados con 55.000€.
Las dos obras galardonadas parten de una misma realidad muy común hoy en día: la soledad. Un mundo donde la tecnología y el individualismo han permitido generar nuevas identidades y formas de comunicarse; pero también han llevado a un alto grado de aislamiento social. Ambas historias acercan al lector desde el afecto o el humor a realidades que son difíciles, injustas o arriesgadas; con un conjunto de personajes que son capaces de aprender de errores y seguir adelante, con empeño y valentía.
A través de lo cómico y disparatado, Beatriz Osés nos presenta en Soy una nuez a una abogada con un compulsivo ejercicio de la ley que utilizará sus dotes de jurista para quedarse con Omar, un niño huérfano refugiado que ha aparecido en su casa y ha conquistado a todos los de su alrededor con su sensibilidad y amabilidad. La presencia de Omar generará un giro en la impecable trayectoria de denuncias minuciosas de la abogada, la cual se sensibilizará con un tema más humano que legal.
«–Marinetti se levantó de su silla y contempló al niño que estaba sentado junto a ella.
—Legalmente, a todos los efectos, mi cliente es una nuez —aseguró convencida.
—¡Protesto, señoría! —exclamó el fiscal.
—Explíquese, abogada, y no agote mi escasa paciencia —dijo el juez—. Le ruego que no se ande por las ramas.
—No lo haré, señoría —contestó al mismo tiempo que comenzaba a caminar por la sala con sus botines rojos—. Según el artículo 564 de la ley de la propiedad privada de 1879, se establece que cualquier fruto de un árbol que caiga en una finca particular pertenecerá al dueño de dicha propiedad.
—¿Y? —le inquirió el juez.
Y mientras formulaba esa pregunta no podía evitar fijarse en el calzado de la abogada. ¿Qué hacía Marinetti con unos botines rojos cuando solía vestir de riguroso negro o de gris?
—No la entiendo —insistió apartando la mirada de los zapatos.
—Este niño —prosiguió ella— cayó de un nogal que, casualmente, se halla en mi jardín. Por lo tanto, conforme a la ley, debe quedarse en mi propiedad.»
David Lozano en Desconocidos presenta dos líneas argumentales que avanzan como una bomba de relojería hasta cruzarse. Por un lado están Lara y Gerard, dos jóvenes que se han conocido en la red. Tras conversaciones sobre aficiones y libros favoritos, Gerard la invita a cenar para conocerse en persona. Paralelamente a su cita, una inspectora de policía tiene grandes dudas al revisar que el cadáver de un presunto suicidio lleva la foto de una tal Lara en el bolsillo.
«¿Y si él ya está allí, espiándola? Gracias a su anonimato podría encontrarse a su lado y Lara ni se daría cuenta. Wilde juega con ventaja en esa cita a ciegas; sabe cómo es ella, ha tenido la oportunidad de ver sus fotos en Twitter. Está en condiciones de identificarla. En cambio, el perfil de Wilde en la red lo único que muestra es un paisaje de montaña y nunca ha publicado fotos suyas. Por eso Lara solo cuenta con el recuerdo de las largas conversaciones que han mantenido cada madrugada para imaginar su figura, su rostro, sus manos. Quizá no sea un material demasiado fiable para diseñar chicos.
Definitivamente, no lo es.»
Una novela de misterio que nos muestra que todo cabe en esa dimensión cibernética: emociones sanas y luminosas como el amor o la amistad, pero también oscuras y peligrosas como la obsesión, la envidia o los celos.