Pablo Caracol. Narval, 2016
Cada día es más habitual ver a los abuelos jugando con los nietos en los parques o de camino a casa desde el colegio. La falta de tiempo de los progenitores se suple, en muchos casos, con los abuelos. Esta cercanía hace que los niños perciban con facilidad cualquier cambio que altere su rutina, marcado por esas lagunas en la memoria y ese comportamiento infantil que no se corresponde con la edad. Es en este momento cuando surgen las preguntas que nosotros tenemos que responder. Pero no es fácil abordar un tema tan delicado y complejo. De ahí la importancia de encontrarnos con un libro que trate con naturalidad y de forma original la enfermedad de Alzhéimer.
Cuando abrimos el libro nos encontramos con una protagonista que se siente como una niña, una niña que a veces no recuerda su nombre ni los años que tiene; que se asusta si ve desconocidos y siente un escalofrío cuando se pierde por la ciudad. Tiene miedo porque algo extraño le ocurre y no sabe qué es hasta que… ve a Antonio. “Antonio” ha dicho su nombre y deja de ser una niña para ser Lola, la abuela Lola, arropada y mimada por quien hace un momento era un desconocido y ahora es su querido Antonio.
Pablo Caracol consigue transmitir esa mezcla de desamparo, miedo y ternura que sienten las personas que padecen Alzhéimer; ese viaje a la infancia que les transforma en niños indefensos y vulnerables, con ráfagas de lucidez que les devuelven al presente, recuperando su vejez. Y lo consigue con una sucesión de imágenes que van enriqueciendo un texto conciso y directo. Imágenes que mezclan dibujo y collage para crear globos que son relojes haciendo un guiño al pasado o esas huellas que son rostros anónimos. Con unas ilustraciones a doble página y a sangre, en tonos pastel rotos, únicamente, por el verde intenso del vestido de Lola y un peligroso suelo rojo que la conduce a la ciudad. Nada está puesto al azar, todo tiene un significado en este interesante álbum ilustrado.